Aprender danza para acercarnos a la tradición, el cuidado y la familia

01.03.2019 / Por: César Jaramillo

Aprender danza para acercarnos a la tradición, el cuidado y la familia
Julian con algunos niños de los semilleros infantiles de danza

Julian Esteban Mejía Martínez empezó su matrimonio con la danza desde sus años de infancia. El inicio lo marcó una tarea en el salón de clase cuando cursaba tercero de primaria en Yarumal; su trabajo y propiedad comenzaron a distinguirlo. Ya cuando entraba a décimo, la profesora que dirigía los talleres de danza debió abandonar la materia, y Julian, por recomendación de la rectora del colegio, tomó la bandera. Sus pasos lo llevarían a meterse de lleno en el asunto con la guía del profesor Jimmy Bedoya, en un semillero más profesional que se dictaba en la seccional Norte de la Universidad de Antioquia. Hoy Julian recuerda con cariño esas jornadas que descansan en su memoria. Actualmente estudia Gestión cultural y una técnica en danza en el SENA, pertenece a la Corporación Dancística Matices, y es el maestro de todos los procesos de baile en la Corporación Picacho con Futuro.

«Trabajar la danza tradicional es dar más herramientas de aprendizaje de ese patrimonio inmaterial que nos une», dice, para explicar cómo es la labor con los tres grupos de Picacho con Futuro. El primero es Ritmo Joven: 16 jóvenes que habitan la parte alta de la Comuna Seis; el nombre llegó hace dos años, pero como grupo nacieron hace cuatro. Con ellos hay énfasis en ritmos tradicionales de Colombia: la práctica les ha otorgado agilidad cuando se mueven entre las notas de ritmos andinos como el pasillo o el bambuco. En sus presentaciones rápidamente se cambian de vestuario, y salen de nuevo a la tarima para interpretar un porro chocoano, una redova o un jaleo.

Con el grupo Nueva Ola –NOA– la tarea se enmarca en movimientos urbanos. Sus diez integrantes, al salir al escenario, visten prendas de colores fuertes pero menos pintorescas que las faldas, los pantalones y los tocados de las danzas tradicionales. «El propósito es que los jóvenes se interesen por otros procesos desde la danza. No sólo llegan a la sede para aprender a bailar sino que se relacionan de manera más directa a otros procesos como el de comunicación; es decir, se vinculan fuertemente al sentido de la organización», afirma Julian. Con los niños el asunto es diferente: suman entre todos los semilleros cerca de 140. Dos grupos tienen sesión en semana, y otro grupo más numeroso practica los sábados. Julian explica: «con ellos se trata de bailar en su escenario: con el juego, con la lúdica y con movimientos que sean pegajosos, que recuerden con facilidad. Me gusta mucho proponer ritmos con instrumentos como la marimba, porque el sonido les despierta curiosidad». La jornada de los sábados alterna taller de danza, con otras actividades complementarias: por ejemplo, manualidades, acompañamiento familiar, y encuentros sobre cuidado del medio ambiente en el territorio.

 

julian II

Julian (en el centro) con algunos integrantes de Ritmo Joven

 Cuando estamos terminando nuestra conversación, le pregunto por el sentido social de la enseñanza de la danza. Voy al tema, porque para la Corporación ha sido fundamental proponer un diálogo territorial de construcción de paz, logrando que las personas entren en un contacto más profundo y armónico con su primer hogar y refugio: el cuerpo. «A través de la danza es posible hablar sobre el cuidado del cuerpo, pero a la vez el cuidado en el relacionamiento con el otro. Podemos aplicar los conocimientos que nos aporta la danza para compartir nuevas formas de leer la herencia de nuestros pueblos, y que ello pueda tejer vínculos más fuertes en la familia, llevarse al hogar para unir en torno al individuo y a la palabra. Que sus melodías y sus pasos se constituyan en herramientas para el desarrollo humano».

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