Aprendizajes que cruzan distancias generosas

Desde que Mónica Bastidas se fue a estudiar una especialización en comunicación para el desarrollo en Bélgica han pasado más de cinco lustros. Hoy ella hace parte de la organización Bravvo –abreviatura de Bruselas avanza; en idioma original, Bruxelles Avance Brussel Vooruit–, y fue una de las personas que estuvo al frente del proyecto: traer a un grupo de doce jóvenes desde el continente europeo hasta la Comuna Seis en Medellín, recorrer las calles y la historia de la ciudad, y que se encontraran con otra ventana a la pluralidad global. Además, vinieron con dos animadores y una voluntaria.

Para comprender mejor a este colectivo particular de visitantes, demos un vistazo resumido a sus condiciones de origen. Bélgica es una nación ubicada en el noroeste europeo; los países con los que comparte frontera son Francia, Holanda y Alemania. De ahí que sus grupos lingüísticos están marcados por esas características territoriales: los idiomas de Bélgica son el holandés, el francés y una pequeña porción de alemán. El Estado belga es una monarquía parlamentaria: tiene un rey que reina pero no gobierna, y dos cámaras que ejercen el poder legislativo. Además, el asistencialismo es de cobertura total. Pero lo que puede parecernos más progresista, al estilo de la imagen popular que tenemos de Europa, es que la educación desde el preescolar hasta el último año de secundaria no sólo es gratuita sino también obligatoria. El precio del año universitario es considerablemente bajo, y si alguien no puede pagarlo, el Estado brinda ayudas. Estos jóvenes son habitantes de la capital, Bruselas, y provienen de familias que entre los sesenta y los setenta inmigraron del África septentrional y subsahariana al país europeo; es decir que sus raíces son fuertemente musulmanas. Ese factor ha marcado su cultura, su religión, y su concepto de sociedad. Incluso, ha incidido en su deseo de estudiar algún pregrado o estudio superior; bien sea por razones familiares o personales, a muchos no les interesa como proyecto de vida, teniendo condiciones muy favorables para hacerlo.

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Ocho centros juveniles albergan diversos programas de prevención y promoción de la participación juvenil en Bruselas; precisamente Bravvo tiene en estos espacios una oferta diversa enfocada en su mayoría a la prevención. El público que asiste a los centros es variado, pero en el caso específico de los musulmanes hay que mencionar algo: esta población ha sido especialmente afectada por la estigmatización luego de los atentados del once de septiembre, y de forma más reciente, a partir del estallido de la guerra en Siria que inició su ciclo de violencia en 2011 y aún no se detiene. Mónica anota: «Los centros trabajan en barrios populares en esa ciudad, con población con inmigrantes de tercera y segunda generación –hijos o nietos de inmigrantes–, sobre todo del norte de África, especialmente Marruecos. Estas familias son de culturas diferentes, prácticas religiosas diferentes; lo que se trata es de generar puentes entre los distintos tipos de sociedad. En ese escenario, la organización tiene como objetivo que todos nos sintamos ciudadanos, entendernos en el respeto y la diversidad».

Con semanas de antelación, a este lado del globo, se diseñó una programación que les brindara visitas a experiencias sociales y comunitarias, y que al mismo tiempo les permitiera disfrutar sus dos semanas en Colombia con ojos del que ve por vez primera. La siguiente consideración de Mónica sostiene lo dicho: «La contraparte fue muy importante; cuando vine de visita a Medellín hace poco más de un año me interesó mucho el trabajo de Picacho con Futuro. Tienen todas las condiciones que queremos estimular en materia de participación juvenil en Bruselas, y su misión es muy cercana a nuestro objetivo». Algunas estaciones destacadas del programa que vivieron del 8 al 20 de abril: la Corporación Casa Mía, el Centro de Desarrollo de Moravia, el Graffitour de la Comuna 13, el Museo Casa de la Memoria, Parque Arví, el Museo de Antioquia, y la indispensable caminata al Cerro El Picacho.

El grupo, visitando el Museo Casa de la Memoria, y acercándose a la historia de nuestros conflictos y nuestras resistencias civiles a la guerra

En la bitácora de este viaje hay que incluir algunos detalles de la gestación, o en palabras más concretas, remitirnos a esa etapa en la que el comentario se convierte en un plan de tareas y fechas. Porque, además, la experiencia incluye el esfuerzo previo, los sacrificios persistentes, la paciencia calculada. Mónica continúa su relato: «El centro en el que trabajo se llama Oasis, palabra que simboliza el punto donde se encuentran agua y vegetación en medio del desierto. Con los muchachos del grupo de teatro del centro se empezó a hablar de la posibilidad de viajar a conocer experiencias. Ahora, este grupo que trajimos a Colombia está conformado por personas de dos centros: Oasis, y el centro R´en Arts. Pero el viaje era costoso, es decir que implicaba un desafío en materia de gestión y recursos: la Alcaldía de Bruselas aportó un presupuesto del 70%; con los padres era difícil conseguir los recursos para completarlo, así que los jóvenes trabajaron durante un año organizando espectáculos, ventas y torneos para recoger los fondos. Con el apoyo de los dos animadores –Karim del centro R´en Arts, y Hayat del centro Oasis–, se les ayudó a los chicos y la meta se consiguió, se logró reunir el dinero. Trabajaron también con una profesora de teatro para mejorar habilidad de expresión; es decir, esta experiencia también ayudó a fortalecer los lazos entre los jóvenes, gracias al esfuerzo colectivo y compartido».

Karim, el animador que Mónica menciona, ha trabajado cerca de diez años con ella. Es alto, moreno, de rasgos atléticos, y su rostro joven contrasta con las canas finas y plateadas que surcan su cabello abundante. Cada centro tiene un equipo de animadores y un coordinador, que se responsabilizan de algún área: deportiva, comunitaria o artística. Karim es el que acompaña el proceso de teatro. ¿Cómo ha sentido los ánimos de los jóvenes en el intercambio?, le pregunto: «el grupo ha estado emocionalmente muy impactado con este viaje: hay cosas que sabían de Colombia, pero de forma muy básica. Este tipo de experiencias de creación de puentes ahora es más evidente para ellos, ven que es posible. Y también han podido, por medio de los talleres que han recibido aquí, expresarse de manera muy abierta con otros jóvenes que acaban de conocer; eso es difícil, un paso enorme en tan poco tiempo. Cuando regresemos a Bruselas veremos de qué forma puede avanzar el proceso, que los aprendizajes permanezcan y sigan creciendo».

Cerca de veinte jóvenes de la Corporación Picacho con Futuro sirvieron de anfitriones cuidadosos, que se dejaron sorprender por la admiración que genera una lengua extranjera. ¿Qué le queda, entonces, a estos grupos, y a la organización? Diego Arango, director de Picacho con Futuro responde: «Hay un punto de encuentro, es decir, en ambos lados la experiencia no se agota. Existe la intención y el plan de que el intercambio continúe de forma virtual, usando otras herramientas. Pero más allá, explorar de forma conjunta posibilidades de gestión para poder llevar a los chicos y las chicas de nuestros procesos a Europa, en aras también de consolidar una hermandad».

Jóvenes de Bruselas aprendiendo de nuestras construcciones identitarias y dancísticas

Como seres sociales, vivimos en pequeños montículos rocosos donde han tomado asiento nuestras comunidades. Los conceptos que hemos construido pueden enmarcarse en fronteras que encierran nuestro conocimiento, nuestras visiones, nuestro pasado y sus lecturas insistentes. Es por eso que en el trabajo social y comunitario existe la consciencia de que hay otros mundos en la distancia, otras formas de habitar que nos llaman, nos nutren y nos engrandecen. Gracias a nuestros amigos de Bruselas, Merci beaucoup.