Ayer fue la vida (Parte I)

28.02.2018 / Por: César Jaramillo

Ayer fue la vida (Parte I)
Detalle de 'El desfile', del pintor Fernando Botero

«… retratos de la población dispersa y de personas aisladas que bajo el calor del verano, por carreteras polvorientas, intentan esquivar los llamados sucesos de la guerra en carros de bueyes o a pie atravesando remolinos de nieve, con un pequeño caballo ya agotado, al borde del desfallecimiento». Salvo unos mínimos detalles, esta descripción de alguna postal de los Balcanes en la Primera Guerra Mundial elaborada por Sebald en Los anillos de Saturno, puede ser la instantánea de una mancha humana escapando de la muerte en Trujillo, Segovia, Los Montes de María o el Alto Baudó. Los actores armados, su crueldad indiscriminada, el batiburrillo de formas y ejércitos, sólo pueden ser comprendidos tanto desde la abstracción, como en sus matices particulares. No hay guerra igual a otra, y aun así permanece una esencia inmutable, únicamente legible en el papel de la Historia.

Similar paradoja sirve para referirnos a las acciones de resistencia civil: el prisma de sus encarnaciones hace posible dar rostro a los actos colectivos y las causas valientes. Es una sutileza vital. Considerarla sin la materia, tal vez un hálito que proviene de planos casi espirituales, y en virtud de su lugar en el tiempo; sentirla real en el ser humano que resiste, mientras entreteje rasgos y voces sobre esta tierra de prosa.

En el plano de la sociedad, Medellín ha soportado sin miramientos desde todo punto cardinal cada tipo de violencia maquinada por el hombre o sus causas inmediatas: exclusión, narcotráfico, sicariato, corrupción de los poderes, debilidad institucional, milicias, y otro sumario prolongado de omisiones y acciones contra la integridad física y mental de las personas. Pero hoy, revisar las etapas más crudas de la ciudad –considerando por ahora los ochenta y los noventa– y sus fracasos consecutivos como germen incluyente, nos permite conocer también la autenticidad de las resistencias civiles, su lucha persistente y porfiada contras las ramas y las ramificaciones del mal y el olvido.

Sumidos en el caos  [1]

La incertidumbre ha marcado la distancia entre las balas y los escudos de las ideas. Pierre Vilar afirma que «razonar sobre una sociedad sin haberse sumergido de manera concreta, directa, en lo que fue su pasado, es arriesgarse a creer en el valor explicativo ya sea de lo instantáneo, ya sea de lo eterno: se trata de tentaciones gemelas» [2]. Es por ello que resulta insoslayablemente necesario un recorrido breve por las circunstancias caóticas originadas por la hermandad entre mafia, Estado y crimen, que encontró en la Medellín de inicios de los ochenta caldo de cultivo para sus proyectos de nación. El secuestro de Martha Nieves Ochoa en noviembre de 1981, hermana de Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez –mafiosos ya consolidados por aquel entonces–, supondría la puerta de entrada en la escena nacional no sólo del grupo MAS –Muerte a Secuestradores–, sino además de una clase emergente con imagen pública en aumento, manos visibles con poder de control y de convocatoria para los dineros bien armados de la mafia criolla. El clan ofrece por su rescate doscientos millones de pesos, y en la Ganadería Horizontes, propiedad del narcotraficante Pablo Correa Arroyave, se concentra una cúpula de 223 personas que finalmente firma la creación del grupo paramilitar. Martha es liberada en 1982, pocos meses después del rapto perpetrado por la guerrilla del M-19, pero ya la fiesta de celebración y la década estaban sobre la mesa. Se podría decir que el fantasma de la extradición, ese camino casi sin retorno hacia un largo tiempo entre paredes norteamericanas, seguía siendo la constante de temor, pero en casa los hilos se movían de formas muy diferentes. Alberto Santofimio Botero, senador liberal y exministro de Justicia durante el gobierno de López Michelsen, ya fraguaba con Escobar la estrategia perfecta para evitar la senda al encierro del norte: inmunidad de congresista. El capo paisa es candidato y posteriormente elegido como Representante a la Cámara en 1982 –suplente de Jairo Ortega–, amparado por el movimiento Alternativa Liberal. Esta facción era obviamente vista con malos ojos por el dirigente del partido, Luis Carlos Galán, pero las obras públicas de Escobar, de un corte populista evidente, surtieron efecto: canchas, barrios enteros e iluminación en las periferias, donde el Estado había ignorado desde las carencias mínimas hasta las vitales. Así llegaría Pablo Escobar a la esfera política, con la elegancia del paño y la suntuosidad de las urnas. Era el mismo año de la liberación de Martha Nieves, la hermana del clan Ochoa. Y fue también, a ojos vistas, el año de la certidumbre: las organizaciones mafiosas no intentaban ser la sombra del poder, sino por el contrario, aseguraban iluminar su camino.

Como en los círculos del infierno de Dante, en las calles de la ciudad ese imperio de la droga tenía sus propios escalones. Las bandas delincuenciales estaban al servicio de los narcos, pero a la vez conformaban sus legiones de bandidos, ejercían el dominio en los barrios periféricos, y esculpían sus propias leyendas con nombres de pillos, familias y cuadras. En Aranjuez Los Priscos ya sonaban desde finales de los setenta en las esferas del bajo y alto mundo: «eran una especie de caudillos que presidían cualquier evento, desde un matrimonio hasta una entrega de trofeos en un torneo de fútbol callejero, ellos eran los primeros en ser invitados y en recibir atenciones de toda la gente desde los comerciantes hasta el cura», cuenta Gílmer Mesa en un artículo para el periódico Universo Centro [3]. En Castilla, Dandenys y Brances, los hermanos Muñoz Mosquera, entraron en la nómina de Escobar sin abandonar las costumbres y el prestigio en la zona noroccidental. Hoy Dandenys, «La Quica», paga una condena de 10 cadenas perpetuas en una cárcel de Estados Unidos por el ataque al vuelo 203 Avianca, que dejó 107 personas muertas en 1989. Otros grupos abundaban en todo el Valle, como brotes engendrados por la precariedad: La Ramada en Bello, La banda de Frank en la Comuna Seis, o la reconocida Terraza en Manrique (que sería exterminada a inicios del siglo XXI, ya agotada y reducida por la persecución de los paramilitares, luego de haber estado incluso al servicio del Bloque Metro y su comandante, «Doble Cero» a finales de los noventa).

Las instituciones del Estado o cedían y se integraba a la arquitectura impuesta por esa lógica, o iban desapareciendo extremidad por extremidad. Los asesinatos de funcionarios, altos mandos de la ley y candidatos a cargos públicos agregaba nuevos males a la ya bastante enferma nación. Si bien para la historia tendrían más fuerza representativa en esa guerra sin cuartel los nombres de ministros, candidatos y personajes públicos asesinados como Rodrigo Lara Bonilla (1984), Luis Carlos Galán (1989) o el candidato Bernardo Jaramillo Ossa (1990) [4], es difícil que entre una sumatoria extensa de épocas sin muchas certezas sobre el crimen y sus alcances, el país no se sumerja a beber cada tanto en los ríos del olvido.

Sobre milicias, otro tanto resultaba. Los núcleos de subversión guerrillera entraron al juego urbano como una reverberación de su prolongado transitar en el resto del país, que venía desde la década de los sesenta. Al principio, luego de facciones dispersas que discurrían entre universidades públicas y liceos, la guerrilla del M-19 señala un punto de partida con los Campamentos de Paz, en el marco al mismo tiempo de su negociación con el gobierno de Belisario Betancur, y dentro del cese de hostilidades que se acordó y materializó en 1984. Estos Campamentos fueron cantera de jóvenes para conformar las filas de las Milicias Bolivarianas, que operaron en varios barrios de la periferia, aunque posteriormente, en 1989, milicias del ELN ingresan a combatir con fuego a combos delincuenciales en otros sectores de las laderas. Lo que resultaría de forma fallida fueron retazos de procesos de desmovilización para que, a mediados de los noventa, estos grupos se entregaran y entregaran a los jóvenes, devolviéndolos a su estado natural de informalidad, pocos recursos y nulas oportunidades.

La crisis institucional se agravaba no sólo por este panorama desolador, sino además por el centralismo que poco comprendía de las particularidades de Medellín, y el cambio en el eje gravitacional de poder, que le pasaba factura a la construcción de un modelo de ciudad para las élites. Sólo entre 1946 y 1986 la ciudad tuvo 49 alcaldes, como un matiz simple mas no aislado de la seria dificultad para encauzar voluntades sobre el papel y sobre la calle. Luego de las milicias, vendría el paramilitarismo con más fuerza, arrasaría en el campo y dominaría en la ciudad desde los bordes, con suficiente armamento como para retar y enfrentar al Estado. Los últimos años de la década de los noventa y primeros del siglo XXI serían su período de más crecimiento y escalamiento, su consolidación como un actor fundamental de la guerra librada en todas las dimensiones. «En otros términos, la confrontación armada que se escenifica en las diferentes comunas populares de Medellín desde mediados de los años noventa, expresa la tendencia hacia la urbanización creciente del conflicto político armado nacional que enfrenta a las guerrillas, el Estado y los grupos paramilitares» [5].

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[1] Para profundizar en el tema medular del artículo, recomiendo especialmente el texto Medellín: tragedia y resurrección. Mafia, ciudad y Estado, 1975-2012, del investigador holandés Gerard Martin, y publicado por Editorial La Carreta en su segunda edición de 2014. Este libro ahonda de forma muy estructurada y analítica en la relación de violencia, narcotráfico, gobierno y ciudad, y es también una fuente primordial de muchos datos presentados aquí.

[2] En Introducción al vocabulario del análisis histórico. Pierre Vilar, Crítica, 1980. Pg. 8.

[3] Los Priscos, publicado en Universo Centro, número 72.

[4] El número corresponde al año de su asesinato. El primero, ministro de justicia de Belisario Betancur; el segundo, candidato presidencial por el Partido Liberal Colombiano; y el tercero, candidato presidencial por la Unión Patriótica.

[5] En Resistencia Civil no armada: la voz y la fuga de las comunidades urbanas. Jaime Rafael Nieto, Hombre Nuevo Editores y Universidad de Antioquia, 2013. Pg. 351.

*Este artículo se realiza en el marco del proyecto Ayer fue la vida, apoyado por el programa de estímulos del Museo Casa de la Memoria.

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