Ayer fue la vida (Parte II)

01.03.2018 / Por: César Jaramillo

Ayer fue la vida (Parte II)
Pintura de Fredy Serna para el libro 'Poemas ilustrados' de Helí Ramírez

Los ojos del país

Convertir el desasosiego y la desolación en formas posibles de resistencia civil fue un aprendizaje contundente: las mismas violencias seguían dominando con o sin maneras de resistir. Los resultados nunca fueron inmediatos, e implicaban armarse de paciencia y capacidad para superar los fracasos. La década de los noventa llegó con ciertas luces de esperanza que dejarían algunos resultados, pocos para un período tan prolongado de abandono, pero en esencia, enormes al momento de impulsar alternativas en la periferia. Primero, la Constitución Política de 1991, que emergía para renovar la envejecida constitución de 1886. Esta carta de navegación que reemplazó a su predecesora centralista de más de un siglo de vida, trajo consigo figuras e instrumentos válidos para la democracia participativa y para la defensa de los derechos. Se crearon organismos como la Fiscalía General de la Nación y la Corte Constitucional; nace la tutela junto con el reconocimiento de múltiples derechos ciudadanos, y ven la luz otros mecanismos de ampliación del ejercicio de poder desde las regiones, como la elección popular de gobernadores. En segundo lugar, la creación de la Consejería Presidencial para Medellín y su Área Metropolitana a inicios de los noventa, durante la presidencia de César Gaviria. Este era un esfuerzo del gobierno central por adentrarse en el conflicto hacia sus causas más profundas, para atacar no directamente al actor armado, sino a las razones territoriales de inequidad a escala barrial. Ahora la tarea se dirigía a la fuente de alimento de esa Hidra, que daba mordiscos letales a todos los niveles de la sociedad nacional desde los ochenta.

La primera persona al frente de la Consejería fue María Emma Mejía. Pronto hizo equipo en la ciudad y comenzó su travesía por las comunas periféricas con una oferta de programas encaminados a facilitar oportunidades de empleo juvenil, mejoramiento de los barrios, y procesos de fortalecimiento organizacional. «La Consejería terminó promoviendo un gran número de intervenciones, varias de estas en su momento reconocidas como ejemplares. El programa Integral de Mejoramiento de Barrios –Primed–, liderado por la Universidad Nacional, en particular su Centro de Estudios del Hábitat Popular (Cehap), bajo la dirección del arquitecto Carlos Montoya, representó el primer esfuerzo de des-marginalización integral de territorios» [1]. La Consejería apoyaría también la construcción de canchas, los créditos de fácil pago y condonación para pequeños empresarios en sectores populares, e impulsaría la creación de Paisa Joven, ONG centrada en temas juveniles, con el apoyo de la agencia alemana GTZ. La gestión fue visible, pero además, mostró posibilidades antes impensables no por lo complejo de su diseño, sino por la miopía respecto al origen y lazos conectores de la verdadera problemática. «Esta Consejería se propone trabajar en la recuperación del núcleo de vida ciudadana, con un programa estratégico de dotación de equipamiento comunitario, que será piloto para el país», diría Gloria Vallejo en un artículo para el periódico El Tiempo en 1991. «Está probado que en la medida en que se restituyan los valores colectivos va a disminuir la violencia. En la medida en que en esos núcleos de vida ciudadana logre penetrar el núcleo familiar, que es el que más nos preocupa, porque es el que más marcadamente ha sufrido con el impacto de la violencia hasta llegar prácticamente a desmembrarse, en esa medida va a tener el programa una mayor posibilidad de éxito a tal punto que la Consejería se podrá retirar, pero los efectos se conservarán», se afirmaba unos párrafos más abajo.

Sin embargo, las resistencias surgen antes que la llegada de los grupos armados a la periferia: las circunstancias de exclusión social y pocas oportunidades eran enfrentadas con ideas y movilizaciones colectivas, incluso al iniciar las segunda mitad del siglo XX, cuando el poblamiento de las laderas superó los intentos de planeación que eran unos en el planteamiento y otros en la aplicación. «Frente al desempleo se crean formas de autoempleo. Frente a la exclusión se realizan experiencias de auto-inclusión. Frente a la des-ciudadanización social estatal se generan formas y procesos de re-ciudadanización comunitaria. En los intersticios de lo formal, surge lo informal con todo su vigor y su barroquismo expresivo» [2]. Hoy todavía se recuerdan con cariño y nostalgia los convites comunitarios para pavimentar calles destapadas, las recolectas para comprar materiales, o las marchas y peñas culturales para llamar la atención de la Administración Municipal y de las autoridades ante situaciones de marginalidad y desconocimiento de derechos fundamentales. Los barrios se ganaron el respeto por su voz y capacidad de convocar.

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[1] En Medellín: tragedia y resurrección. Mafia, ciudad y Estado, 1975-2012. Gerard Martin, Ed. La Carreta, 2014. Pg. 255.

[2]  En Resistencia Civil no armada: la voz y la fuga de las comunidades urbanas. Jaime Rafael Nieto, Hombre Nuevo Editores y Universidad de Antioquia, 2013. Pg. 154.

*Este artículo se realiza en el marco del proyecto Ayer fue la vida, apoyado por el programa de estímulos del Museo Casa de la Memoria.

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