Corporación
Picacho con Futuro
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Barrio El Progreso N° 2
Comuna 6 - Doce de Octubre
Medellín - Colombia
01.03.2018 / Por: César Jaramillo
Las dos ciudades
Dos ciudades siempre han permanecido unidas en la cuenca tropical del valle, custodiadas por las dos jorobas de montañas que marcan la cartografía de Medellín. Como en la novela Angosta, de Héctor Abad Faciolince, el estatus social, el lugar de procedencia, los gustos, el nivel educativo, el apellido e incluso el color de piel, son factores que determinan los círculos físicos y simbólicos en los que las personas pueden y deben moverse. «Por un lado, la ciudad moderna, legal, planeada, la de las grandes avenidas, puentes viales, edificios de negocios y apartamentos, centros comerciales, amoblamiento urbano, terminales de buses; la ciudad del Metro, la de los grandes barrios residenciales o de urbanizaciones cerradas para los sectores de clase media o alta. Por otro lado, la ciudad de los marginados y excluidos, en abierto contraste con la anterior» [1].
La zona nororiental de Medellín está hoy conformada por las comunas Uno-Popular, Dos-Santa Cruz, Tres-Manrique y Cuatro-Aranjuez. Junto con la zona noroccidental ha sido foco de crecimiento demográfico desordenado, sin haber recibido atención oportuna para generar condiciones de vida digna por parte del Estado. Jornaleros que llegaron del campo con su familia y sus talegos, comenzaron a levantar sus ranchos en pendientes y lomas pronunciadas desde mediados del siglo pasado. Para la década de los ochenta ya los intereses y poderes que hemos mencionado tomaron a su favor la pobreza y el desempleo, y transformaron la adversidad en ejércitos de corta duración, jóvenes ante el cañón para alimentar la voracidad de la guerra. Algunas organizaciones encararon la situación y tomaron las riendas de la resistencia civil. La Corporación Convivamos nace en 1990, producto de procesos sociales que venían conformando colectivos por la defensa de los derechos humanos, especialmente en el barrio Villa Guadalupe. «Surge como una propuesta de convivencia y desarrollo local, para hacer frente a problemáticas como el desplazamiento forzado, el empobrecimiento, la miseria, la exclusión, el aumento de la violencia, la dinámica urbana del conflicto armado y la expansión del narcotráfico» [2]. Tres años antes, en 1987, nacía la Corporación Cultural Nuestra Gente en Santa Cruz. A través de alternativas de expresión artística para que las personas entraran en un diálogo consciente con su realidad y su entorno, la Corporación marcó un punto de referencia para la zona nororiental. Bajo la dirección de Jorge Blandón, la Corporación instaló su sede en una casa que fuera durante los setenta un burdel conocido como Las Camelias. A su llegada era sólo un espacio consumido por los años y el olvido. Luego de la restauración del lugar, aparecieron la música, los talleres y el teatro. «En medio de la muerte y la tristeza causada por la barbarie, surge este proceso creativo denominado Nuestra Gente. En él participaron aquellos otros jóvenes, los olvidados por el sistema, los sumergidos en el trasfondo del barrio, los seres soñadores, los cargados de esperanza», dice Jorge Blandón en una entrevista concedida al investigador Gerard Martin en 2008.
Mientras en Villa Guadalupe la Corporación Convivamos comenzaba labores, en Manrique Oriental Fredy ‘El Gordo’ García con otros tantos amigos inauguraba la historia de Barrio Comparsa: teatro callejero y grupos armados de tambores cruzaban las fronteras impuestas por los pillos de cuadra y las mafias locales. La chirimía reunió jóvenes que incluso hoy conservan la herencia de cultura por encima de la guerra. Probablemente muchas vidas se salvaron entre los redobles. Era el año de 1990. Mucho más reciente pero no menos valioso es el relato de Ciudad Comuna (2009). La juventud de esta organización también ha sido una narración renovada en los círculos de ciudad, vinculados a la consolidación de pedagogías para la paz: comunicación popular y educación en las periferias marginadas, especialmente en su foco territorial, la Comuna Ocho-Villa Hermosa. Siempre los aborda la pregunta esencial de su labor: ¿cómo apropiarse del territorio, de los imaginarios y la historia comunitaria a través de una comunicación plural y consciente?
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Una chica está sentada sobre los hombros de un joven. Habla a la cámara, y en la mano sostiene una brocha a pocos centímetros de la pared de ladrillo recubierto de pintura blanca, o algún tipo de cal. Ella y muchas otras personas están pintando el ‘Mural por la vida, los sueños de la noroccidental’. Se pregunta qué sería de todo esto sin la capacidad de soñar. Reitera que los jóvenes deben buscar cosas nuevas, expresión y lucha por el futuro. Está pintando uno de los 55 mensajes que un colectivo de habitantes de la zona noroccidental dejó plasmado en la pared de ladrillo del Cementerio Universal, sobre la carrera 65, el 3 de septiembre de 1995. «Muchos, previendo terminar antes de que el sol calentara, y otros para poder asistir a la Misa campal por la vida. Todos con brocha en mano, pinceles, pintura, gasolina, trapos, buscaban ansiosos el número del muro asignado y en dónde plasmar el mensaje que querían dejar referente a la vida» [3].
Hoy la noroccidental está conformada por las comunas Cinco-Castilla, Seis-Doce de Octubre y Siete-Robledo. Sus formas de resistencia han estado relacionadas a las singularidades del territorio, necesidades que van encadenándose para exigir del Estado atención integral que considere lo físico y lo humano en todas sus dimensiones. Las diversas expresiones de la participación social encendieron la pólvora a inicios de los ochenta, como maneras de vincular la lucha obrera, sus demandas y sus postulados, con los reclamos repetitivos de condiciones dignas. «En este contexto, el paro cívico de 1981, que reclamaba un mejor servicio de transporte para la zona noroccidental, se convirtió en una de las luchas más recordadas por sus habitantes: pitos, arengas, sirenas, gritos y tapas de ollas que batían las mujeres, amas de casa, se tomaron las calles y hombro a hombro, con estas voces, cantautores y notas musicales empezaron a tener una fuerte presencia en las manifestaciones políticas. Desde entonces, la calle, la cuadra y el barrio, han sido los espacios de protesta, pero también, los escenarios de las múltiples expresiones artísticas de esta parte de Medellín» [4].
El nacimiento en 1974 del Centro Artístico de Castilla sirvió de fontanal para que la diáspora de resistencias inquietas pero individuales canalizara por medio del arte esas demandas sociales y políticas de su territorio. Los convites en la parte baja originarían escenarios para el encuentro de la ciudad que sentía el peso de los años de deterioro por falta de atención gubernamental, apoyados eventualmente por curas dispuestos y líderes templados en otras causas. Terminando la década de los ochenta aparecerían organizaciones desde los límites más altos con el barrio París de Bello, hasta las fronteras con Robledo en Kennedy, y en la parte baja con el conjunto de Castilla y La Esperanza, que marcarían la historia comunitaria por sus procesos de educación, resistencia y memoria estructural de las luchas populares.
Como alternativa de cooperación para generar ofertas educativas populares, de resistencia y de oposición directa al conflicto armado y a las situaciones de inequidad en la zona noroccidental, llega en 1980 la Corporación Simón Bolívar, con sede en el barrio Kennedy. Esta organización también generó campañas de solidaridad para recolectar fondos con objetivos sociales. La comunicación era un apoyo vital para sostener la lucha: nacen también medios alternativos como los periódicos El inconforme, La tachuela, Raíz obrera o El mirameño. En 1992 se realiza el encuentro de organizaciones sociales de la zona, que arrojaría un «pliego unificado cuya dinámica desemboca luego en el plan de desarrollo zonal participativo y en los foros comunales de alternativa de futuro» [5]. Ya estábamos en los días de la Consejería Presidencial, y otros procesos de valor indiscutible hacían lo suyo en las centralidades de la periferia: El Centro de Integración Comunitaria de la Esperanza, El Núcleo de Vida Ciudadano, y la Corporación Mundo Nuevo, entre otros.
No podemos olvidar que en escala municipal ya otras organizaciones como Región, el Instituto Popular de Capacitación y la Escuela Nacional Sindical trabajaban en iniciativas propias, y otras vinculadas al Estado, para investigar, interpretar y reflexionar sobre las condiciones particulares de las violencias múltiples, y la relación categórica con la pobreza y la desigualdad en los barrios de las laderas.
La Corporación Picacho con Futuro, nacida en 1987 con el apoyo de la Fundación Social, desarrollaba su labor en la parte alta de la Comuna Seis, y fue un actor fundamental en los procesos de diálogo entre el Estado y los grupos armados para generar pactos de convivencia a mediados de la década de los noventa. «Una de las experiencias más importantes derivadas del pacto fue la referida a la realización del proyecto Parche elegante. Uno de los objetivos de este proyecto fue el de resocializar a los jóvenes procedentes de milicias y bandas, a través de actividades lúdicas, recreativas, deportivas y formativas. Se trataba de un trabajo psicosocial, orientado a cambiar mentalidades, referentes y símbolos asociados con la guerra y la violencia» [6]. Así mismo se vinculó como promotor y líder de las etapas de planeación comunitaria que se convertirían en el Plan Estratégico Local.
En el barrio Santander, a otro costado de la Comuna Seis en límites con el municipio de Bello, la década de los noventa también traería sus problemas y sus alternativas. Corporaciones como Casa Mía propondrían escenarios para que los jóvenes dejaran e matarse y se sentaran a definir pautas de respeto por la vida. Esas acciones serían la génesis de procesos como la Mesa de la Cultura, y posteriormente, la Casa de la Cultura de Santander. Hoy el mural Reconstruyendo memoria e identidad, pintado por el maestro Gustavo Adolfo Martínez a un lado de la iglesia, refleja las etapas de miedo, el momento de la reconstrucción, y el sueño de paz en el horizonte del imaginario barrial.
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Hoy, reconocer por medio de la escritura toda esta gama plural de esfuerzos comunitarios contra los brazos inquietos de la violencia, es una forma de resistencia a las balas. Justo cuando estaba construyendo este texto, la Revista Arcadia publicó una columna de Ana Cristina Retrepo sobre colectivos y organizaciones que se oponen a la violencia en Medellín con acción e intervención social y cultural. También relata un episodio de intimidación por adentrarse en un tema y en un escenario delicados de la ciudad, y arroja la pregunta: «¿Por qué como ciudadanos tenemos que entregarles la totalidad de nuestra agenda, pensamientos y capacidad creativa a los victimarios, a los hechos victimizantes?». Este interrogante, que bien puede ser un cuestionamiento de los ochenta, los noventa, o nuestros días, va dirigido a todo un sistema de silencio e incertidumbre. Conversar sobre las vías del conflicto armado implica también identificar en qué planos nos somete y nos reduce para controlar según su proyecto. La columna concluye con unas líneas contundentes sobre nuestra memoria, la palabra como instrumento de la comprensión histórica y del necesario, inevitable viaje que cada tanto debemos hacer a las ruinas y a las cenizas. «Vivir para escribir. Escribir para resistir. La escritura como forma de resistencia no es otra cosa que una apuesta por el futuro… aunque a veces parezca imposible».
«Tiempo y esperanza conjugados, delimitaban, en sentido profundo, el campo de acción de la resistencia: más que confrontar la dominación y el poder de los actores armados (percibido como efímero y temporal) había que mantener y fortalecer el vínculo comunitario (percibido como perdurable y perenne)» [7].
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[1] En Resistencia Civil no armada: la voz y la fuga de las comunidades urbanas. Jaime Rafael Nieto, Hombre Nuevo Editores y Universidad de Antioquia, 2013. Pg. 118.
[2] En Metodología en diálogo de saberes: para resignificar el territorio. Universidad de Medellín, Colciencias, Corporación Passolini en Medellín, Corporación Convivamos y Ciudad Comuna. 2013.
[3] Esta actividad se realizó en el marco de las Primeras jornadas culturales de la zona noroccidental de Medellín, del 1 al 17 de septiembre de 1995, iniciativa de la Corporación Simón Bolívar. La cita es tomada de la cartilla Campaña: la vida en la noroccidental tiene vida, Corporación educativa y cultural Simón Bolívar, 1995. Pg. 15. El video al que se hace referencia es la sistematización audiovisual, realizada por Carlos Enrique Henao, Felipe Cardona y María Josefa Restrepo Brand en ese mismo año.
[4] En Arte, piel de barrio. Memorias artísticas y culturales desde las calles y esquinas del noroccidente de Medellín: 1970-2012. Corporación Construyendo en convenio con la Alcaldía de Medellín, 2013. Pg. 18.
[5] En Corporación Simón Bolívar: 20 años tejiendo lazos de convivencia. Jesús María Hidalgo Montoya, Oscar Valencia y María Josefa Restrepo Brand, 2000. Pg. 18.
[6] En Resistencia Civil no armada: la voz y la fuga de las comunidades urbanas. Jaime Rafael Nieto, Hombre Nuevo Editores y Universidad de Antioquia, 2013. Pg. 210.
[7] Ibídem, pg. 317.
Referencias bibliográficas
–Medellín: tragedia y resurrección. Mafia, ciudad y Estado, 1975-2012. Gerard Martin, Ed. La Carreta, 2014.
–Resistencia Civil no armada: la voz y la fuga de las comunidades urbanas. Jaime Rafael Nieto, Hombre Nuevo Editores y Universidad de Antioquia, 2013.
–Arte, piel de barrio. Memorias artísticas y culturales desde las calles y esquinas del noroccidente de Medellín: 1970-2012. Corporación Construyendo en convenio con la Alcaldía de Medellín, 2013.
–Corporación Simón Bolívar: 20 años tejiendo lazos de convivencia. Jesús María Hidalgo Montoya, Oscar Valencia y María Josefa Restrepo Brand, 2000.
–Campaña: la vida en la noroccidental tiene vida, Corporación educativa y cultural Simón Bolívar, 1995.
–Metodología en diálogo de saberes: para resignificar el territorio. Universidad de Medellín, Colciencias, Corporación Passolini en Medellín, Corporación Convivamos y Ciudad Comuna. 2013.
*Este artículo se realiza en el marco del proyecto Ayer fue la vida, apoyado por el programa de estímulos del Museo Casa de la Memoria.
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