Érase una vez el punk

15.12.2016 / Por: Jessika Cano Uribe

Érase una vez el punk

Era Medellín a principios de los ochenta. Eran sus calles disputadas por fuerzas de todo tipo. Eran las galladas transitándolas. Eran jóvenes inconformes que encontraron su punto de fuga en los gritos. Eran cazadores de discos, artesanos de la música, protagonistas de noticias de rebeldía juvenil. Los de los taches, los de las botas, los de la cresta, los del ruido. Érase una vez el punk.

Han compartido escenarios desde hace más de treinta años. Viendo tocar, tocando, farriando, o, como esta vez: conversando. La invitación la hizo la Casa de la Cultura de Pedregal, junto al Teatro al Aire Libre del mismo barrio, ese que los vio crecer, que los vio correr, que los recuerda cuando apenas eran unos pelaos sedientos de vivir, cuando pensaron que no pasarían de los veintitantos. Ahora los reúne para contarnos cómo ha sobrevivido su espíritu rockero, cómo han logrado que el punk no muera.

Verlos ahora es como viajar a 1986 y escuchar en vivo la recopilación de Punk Medallo El ruido de las cloacas. Hoy están en la tarima: Vicky Castro, Piedad Castro y Juan Carlos Londoño, de Fértil Miseria; Giovanny Rendón, de Pne; “Ringo”, de Peste Mutantex; “El negro”, de Pichurrias; y por ahí en el público, los demás de las bandas. Hay otros que ya no están, pero que son recordados porque no eran solo músicos, eran amigos.

Hace cinco años, justo en este mismo espacio, se realizó un conversatorio con IRA, Los Suziox y Desadaptadoz. Fue convocado por el Festival Rock Comuna 6 para hablar también sobre fanzines de punk, guitarras hechizas, ensayaderos improvisados en terrazas, entre otras singularidades de la época. La remodelación de la Casa de la Cultura estaba solo en planos, a quienes asistimos nos tocó imaginarnos cómo podría llegar a ser y cómo habría sido épocas atrás cuando esos pupitres en los que nos sentamos tenían un uso educativo.

Justo como clausura de la celebración del primer aniversario de la Casa de la Cultura de Pedregal se abre este espacio para la memoria, para recordar la época en la que solo estaba en sueños un auditorio como este, dispuesto a amplificar la música punk. Pocos imaginaron que algún día tocaría en un escenario así, aunque muchos lo soñaron, cuando en casas de amigos, con escobas y tarros jugaban a ser una banda. Cuando ambientaban las fiestas haciendo fonomímica de agrupaciones inglesas.

El auditorio está repleto, todos disfrutan de esas historias —a veces chistosas—  mientras esperan que comience el toque. "Nosotros nunca pensamos que fuéramos a significar tanto para muchas personas", menciona Piedad Castro, bajista de Fértil Miseria, recordando esos tiempos en que ellos eran “los malos”, los descomulgados, a quienes sus padres les echaban agua bendita, los que escuchaban la música que dañaba los reproductores. Eran los que tenían que rebuscar un lugar donde poder tocar sin molestar a nadie; los que, al no tener cómo comprar un instrumento, lo armaban con elementos que encontraban; los que debían esconder la ropa que los identificaba para no ser rechazados; los que grababan sus discos preferidos en casetos viejos; los que caminaban toda la ciudad para escuchar una canción porque solo unos cuantos podían comprar discos.

La necesidad de gritar no los dejó desfallecer, la forma como tuvieron que guerriar les hizo amar más la música. Hoy, treinta años después, se suben a la tarima para seguir enviando mensajes a los jóvenes rockeros a través de sus canciones, motivando una rebeldía con argumentos, que les ayude a soportar el peso de su generación como a ellos, quienes aún se consideran rockeros. Como lo cree Giovanny Rendón: "el punk es lo que tenemos. Los rockeros solo nos tenemos a nosotros mismos, esa es la familia: jóvenes y espíritu con algo de rebeldía".

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Crónica sobre el conversatorio celebrado el pasado 22 de octubre en la Casa de la Cultura de Pedregal, sobre historias del punk en Medellín 

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