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Comuna 6 - Doce de Octubre
Medellín - Colombia
28.09.2017 / Por: César Jaramillo
Siempre ha sido fascinante atestiguar cómo los jóvenes han encontrado o inventado formas estéticas, sensoriales y contestatarias para cincelar su universo policromático de realidades. Profesiones como Derecho, Medicina, alguna ingeniería o incluso Arquitectura –que antaño eran los títulos más dignos en esta carrera atropellada de la vida–, hoy compiten en número de vocaciones con Diseño, Producción musical, Fotografía o Comunicación Audiovisual, además de un puñado de humanidades como Antropología, Sociología o Historia. Los jóvenes han cargado juiciosamente con su maleta de intereses, hasta el momento crucial de definir qué quieren ser en la vida, incluso entre penurias, precariedad y segregación. Son otros tiempos. En los barrios de la periferia, donde pagar estudios superiores supone un esfuerzo complejo, nacen a menudo escuelas de hip-hop, colectivos de dibujo y graffiti, estudios de audiovisual y grupos de comunicaciones para enseñar a manejar la cámara y los micrófonos. Aparecen medios para foguearse con el periodismo, y los semilleros proliferan. Pero la historia del reconocimiento a su carisma ha sido más trocha que pavimento; más piedras que buen camino.
En otro artículo hablaremos sobre la situación cruda, desesperada y crítica que signó la década de los ochenta para la población juvenil en Medellín. Queremos, por ahora, referirnos a algunas voluntades y herramientas que si bien no sufragaron la deuda, lograron en cierta medida atemperar un poco la crisis con alternativas y mínimas claridades (1). Con la Consejería Presidencial para Medellín y su Área Metropolitana –creada durante el gobierno de César Gaviria a inicios de los noventa–, llegaría también la primera Oficina de la juventud en 1994, y en esa ruta de intervención se crearían también nueve casas juveniles. La intención era atender de raíz la problemática de los jóvenes en los sectores más populares de la ciudad con ideas educativas, de emprendimiento, de promoción de sus capacidades artísticas y de proyección comunitaria. Sólo unos años antes la nueva Constitución Política de Colombia, entregada a la nación en 1991, promulgaba en su artículo 45 que el Estado debería garantizar la participación activa de los jóvenes en los organismos públicos, pero además, su derecho como grupo poblacional a la protección y la formación integral. En 1995 se impulsa desde el Concejo la fundación del Consejo Municipal de la Juventud, como otro espacio de encuentro para llevar al tablero sus preocupaciones y planteamientos sociales. La misma Consejería, junto con la Corporación Región, crearon en 1993 Muchachos a lo bien, un proyecto comunicacional y televisivo para cambiar la imagen ya bastante deteriorada de los jóvenes locales. Fue más un conjunto de estrategias que actuaban estructuralmente desde varias dimensiones: el deporte, los medios, la educación y el arte. Mencionemos también la ONG Paisa joven (1995), producto de la iniciativa institucional en asocio con varias organizaciones de la sociedad civil, que contó con el apoyo de la agencia de cooperación alemana GTZ; y la Red juvenil, creada en 1990, ambas como respuesta colectiva a circunstancias turbulentas como el reclutamiento forzado y la ausencia de escenarios de diálogo en Medellín para encarar la crisis con argumentos, entre un largo sumario de condiciones. La Oficina de la juventud, que sería en teoría el primer organismo dedicado exclusivamente en la ciudad a esta área, genera en 1997, y luego de un proceso de consulta y diseño con instituciones, organizaciones y agrupaciones ciudadanas, el primer Plan de Desarrollo de Juventud. Finalmente el documento sólo sería adoptado mediante Acuerdo municipal del Concejo en el año 2000. Posteriormente en el año 2002, durante la administración de Luis Pérez, nace Metrojuventud como una instancia adscrita a la Secretaría de Cultura Ciudadana. Este departamento acogería el nombre de Secretaría de Juventud en el año 2012. La evolución del primer Plan de 1997 llegaría en el año 2006 con el Acuerdo número 76 que adoptó el Plan Estratégico de Desarrollo Juvenil con vigencia 2007-2015. Al concluir ese periodo, Valeria Mejía, a la sazón secretaria de juventud, presentó la versión del Plan 2015-2027.
Formulemos un logro importante: lo que prevaleció fue el esfuerzo de los jóvenes por generar –en ocasiones con debate, en ocasiones con presión y movilización–, políticas que contemplaran sus singularidades, temores y esperanzas. Seriedad del Estado no sólo para sentarse a concertar, sino además para aplicar con juicio y rigor. Hoy, en la planeación del desarrollo territorial pasa algo similar: los jóvenes toman los términos, el lenguaje, los ángulos e incluso los métodos con que usualmente se arman y fijan los planes según la necesidad, y construyen a su medida y en su voz de muchas voces. Y allí también radica el valor de su aprendizaje, la anatomía armónica de tanto saber significativo que puede demostrar coraje oportuno para planear lo comunitario. La historia es una academia de experiencias, con cursos que versan sobre los aciertos y los desaciertos.
El crecimiento exponencial de escuelas populares de formación en arte, comunicaciones, política participativa, e incluso ciencia y tecnología en los barrios periféricos de Medellín, es parte de una construcción progresiva: durante los noventa comienza a sentirse una expresión congruente de los jóvenes que detonó cambios. Ya la figura sombría que todos veían como un bulto amorfo, expuso sus matices, colores y geometrías. La década pasada, con la destinación de más recursos para la planeación local en las dieciséis comunas y los cinco corregimientos, también allanó el terreno. El actual Plan Municipal de Desarrollo, que en esencia es la ruta de la Administración, afirma que «hoy las personas jóvenes son parte de la solución, los estigmas que cargan no dan cuenta de sus realidades. En los últimos veinte años, la ciudad ha tenido un gran movimiento de organizaciones juveniles que trabajan por el bien común. Cinco o más jóvenes en una esquina ya no son sinónimo de violencia, eso es lo que hacen ahora miles de muchachos en nuestros barrios y veredas, jóvenes que se reúnen para trabajar por las cosas que los mueven» (2).
Nunca ha sido sencillo. Si bien el camino no se encuentra en sus mejores condiciones, hemos reparado un poco la trocha; pensar la ciudad con los jóvenes dejó de ser hace tiempo una alternativa, para convertirse en obligación ineludible con su compromiso histórico.
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(1) Hay dos referencias bibliográficas fundamentales para este artículo, y que recomendamos leer. La primera es el texto Análisis de política pública poblacional. La juventud en Medellín: crisis, cambios e innovación, editado por Santiago Leyva, y publicado en 2015 por el Fondo Editorial Universidad Eafit. El segundo es el libro Medellín: tragedia y resurrección. Mafia, ciudad y Estado, 1975-2012, del investigador holandés Gerard Martin, y publicado por Editorial Planeta en el año 2012.
(2) Proyecto 1.2.1.8, Fortalecimiento a la participación para la juventud.
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