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12.09.2019 / Por: César Jaramillo
Cuando la guerra no ha sido una experiencia cercana, la palabra convertida en papel de memoria o en voces testimoniales puede ser camino para comprender, sólo en aproximación, esa madeja difícil del conflicto armado. En varios libros encontramos personajes que desde ángulos diversos nos relatan sus pensamientos y sus consideraciones bajo el fuego: testigos nos toman de la mano y nos conducen a lugares devastados, donde ya ni siquiera crecen los últimos pelajes de hierba; periodistas y escritores recrean los momentos más complejos del llanto y el miedo, o las explosiones que semejando haces de sol han barrido con ciudades, pueblos y naciones; incluso, escritos de ficción construyen una arquitectura del heroísmo invisible, que también es invisibilizado por la particular versión de los vencedores.
Queremos en esta breve nota recomendar algunos libros que han ido ganando su espacio en el archivo histórico de la guerra, para que de cierta forma todos sintamos que el dolor de los demás –y sus pérdidas y ausencias– son también un vacío en nuestra existencia emocional y colectiva.
El escritor holandés Daan Heerma van Voss, autor de la novela La última guerra, da sus tres destacados: para comenzar, Si esto es un hombre, de Primo Levi. Esta obra pertenece a la célebre Trilogía de Auschwitz, y compone un cuadro cercano a los horrores del régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En ese mismo marco, podemos mencionar un texto que fluctúa entre el relato y la reflexión filosófica: Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt. Los otros dos destacados del autor holandés son Vida y época de Michael K., del Premio Nobel de Literatura John Maxwell Coetzee –que nos acerca a la guerra civil sudafricana–, y Expiación, del escritor británico Ian McEwan.
El periodista Juan Diego Restrepo –autor de la investigación Las vueltas de la Oficina de Envigado–, recomienda dos títulos locales: Aquí no ha habido muertos, de Maria McFarland, que se enfoca en las relaciones entre Estado y violencia; y Guerras recicladas, de la periodista María Teresa Ronderos, que explica, desde la historia del paramilitarismo, cómo Colombia cada cierto tiempo «recicla» sus libretos de conflicto armado. El tercer recomendado de Juan Diego es Una temporada de machetes, de Jean Hatzfeld: el relato de victimarios con relación a la masacre de los tutsis, perpetrada por los hutus a mediados de los noventa, en lo que luego se conocería como el Genocidio de Ruanda.
A nivel global, mencionemos dos títulos que son de lectura obligatoria: el reportaje Hiroshima, de John Hersey, que ocupó toda una edición de New Yorker en 1945, y que es para muchos un texto de culto en el periodismo de investigación; y Voces de Chernóbil, de la Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich: una crónica del futuro, como ella misma lo describe, y que es, en esencia, un recorrido de voces diversas que va desde las víctimas más cercanas, hasta los testigos distantes del desastre nuclear ocurrido en esta región ucraniana en 1986.
En Colombia –y Medellín– la lista es extensa, pero un barrido sencillo nos deja recomendaciones muy nutridas: con tanta vigencia como siempre, abrimos con La vorágine (José Eustasio Rivera), La casa grande (Cepeda Samudio) y Cóndores no entierran todos los días (Álvarez Gardeazábal): tres historias de ambición, crimen estatal, y enfrentamiento político; tenemos también Los Ejércitos, de Evelio Rosero (que con una belleza espeluznante nos lleva hasta los vendavales inmisericordes del conflicto en el campo), y Los escogidos, de la brillante periodista y profesora Patricia Nieto: la memoria de la muerte –y los muertos–, del río, de los hombres y mujeres a orillas del olvido y sus desgracias; Las guerras en Colombia, de la periodista mexicana Alma Guillermoprieto; toda la obra del sociólogo Alfredo Molano; en crónica, dos referencias importantes: País de plomo, de Juanita León, y Verde tierra calcinada, de Juan Miguel Álvarez (que compone un viaje a rincones distantes de nuestra idea de país en lo geográfico y en lo conceptual); La Cuadra, de Gilmer Mesa (novela que surte el efecto de testimonio directo sobre la época de Los Priscos, en el barrio Aranjuez de Medellín); y un documento que hemos mencionado en otras ocasiones: Medellín, tragedia y resurrección, del sociólogo holandés Gerard Martin.
No concluyamos estas líneas sin dejar a un lado dos trabajos esenciales: ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, y Medellín:memorias de una guerra urbana, que explican entre cifras, reflexiones y análisis, los descalabros más irracionales de la guerra en nuestro país desde una mirada investigativa y social.
Sería interminable la colección; sólo el siglo XX podría completar una biblioteca de proporciones colosales, si allí reuniéramos exclusivamente libros sobre guerra, ejércitos y devastación. Pero comenzar por algunos títulos puede dibujar los primeros contornos de un horizonte en que la argumentación histórica, y la comprensión de voces que han presenciado el conflicto, nos acerquen y humanicen más con sus emociones, temores y ansias de reconciliación.
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