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Picacho con Futuro
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30.11.2016 / Por: César Jaramillo
Para ser –o parecer– irreverente en las redes sociales, sólo es necesario crear un perfil. No se precisa ni siquiera de un rostro, ya que el anonimato además de permitido es bastante común. El nivel adecuado de redacción es un lujo prescindible; si se entiende, ya vale. El humor ingenioso, desplazado por intentos baratos de chiste. Pero preocupa más la consecuencia sobre la causa: presentar pruebas de las afirmaciones que se publican es opcional; cabe pensar que justamente allí se extiende al universo del ordenador y la virtualidad un problema bastante costoso para la sociedad: la falta de un diálogo ciudadano con argumentos y no con emociones particulares, o simples percepciones sin ton ni son.
A diario se comparten ‘memes’, cadenas y caricaturas con datos errados o superficiales, fragmentos porcentuales de lo que en la cotidianidad práctica es sumamente más complejo. Y eso hace daño, eso afecta, pero en casos aún más graves, se viraliza y se mete hasta las fibras sensibles cuando al inicio era sólo la ira envalentonada por un teclado y la barrera ilusoria de la pantalla. Puede tener aquella irreverencia cosmética un efecto de liberación, pero carece de contenido si no supera la efervescencia del ánimo para que nuestra rabia individual se convierta en cólera colectiva.
De la alharaca y el escándalo, a la denuncia seria de alguna irregularidad, hay un abismo bastante infranqueable. Siendo exagerados, no equiparemos un comentario en Facebook, con una columna de Yohir Akerman o Daniel Coronell, por poner un ejemplo de la aldea.
¿Cuál mensaje transmite semejante actitud a los más jóvenes? El del facilismo: no hay que tener la verdad sino aparentar tenerla. O bien, si consideramos la verdad como una construcción de matices, entonces el mensaje es todavía más alarmante: el color que yo veo, es el color. Así, sin mucha arandela. Y es allí donde se rompen años de proceso para alfabetizar no sólo en la necesidad de no ser ingenuos con todo lo escrito en internet, sino además para que la virtualidad, las redes y todas las herramientas de las tecnologías de la información sirvan al propósito de conversar con la realidad y transformarla para bien; la comunicación se torna en una barahúnda donde cada uno procura anular al otro o llamar la atención con el insulto, la pésima transgresión de normas mínimas de respeto con el disfraz somero de la indignación o en el peor de los casos, la burla sólo por burla. La crítica más allá del derecho, puede considerarse un deber útil como termómetro para medir nuestro compromiso con la construcción de valores colectivos. Sin embargo, mostremos que es posible hacerlo con altura y entereza.
Recordemos: entre menos nos exija un medio para expresarnos, más suspicacia debe despertar. Mejor aún, la historia con su prudencia sensata nos ha enseñado en múltiples ocasiones que la bulla excesiva –y en redes sociales el reflejo es deslumbrante– no es señal de buenas intenciones, sino todo lo contrario.
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La foto que acompaña este texto corresponde al grupo juvenil NOA de la Corporación Picacho con Futuro, que en la reinauguración del Telecentro Picacho participó en un taller sobre uso responsable de las redes sociales.
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