La Luciérnaga: una luz formativa en Picachito

14.12.2017 / Por: Colectivo Cinengaños

La Luciérnaga: una luz formativa en Picachito
Foto: archivo personal de Eduardo Tabares

Finalizando la década de 1970, inició el poblamiento en la base del cerro El Picacho. El paisaje rural empezaba a desaparecer con la transformación de potreros y fincas en  asentamientos urbanos construidos paso a paso, sin muchos recursos y con gran entusiasmo comunitario. Con el tiempo, estas periferias pasarían a llamarse Picachito, Mirador del 12 y El Triunfo. Lentamente sus moradores, pese a la inexistencia de programas gubernamentales, que atendieran el crecimiento acelerado en las laderas del Valle de Aburrá, lograban abrirse un lugar en la ciudad. “Por acá no había servicios públicos: la luz había que traerla desde la 80 y para acceder al agua nos tocó conseguir un tanque comunitario, para que ésta llegara a los hogares” recuerda Raquel Rueda, una de las primeras habitantes y fundadoras de este sector de la Comuna Seis.

A inicios de los años noventa, tras más de una década, cuando el convite se convirtió en la base de la autoconstrucción comunitaria del territorio, estos barrios eran incluidos en el perímetro urbano con el inicio de su consolidación barrial. Este periodo coincidió con la expansión del conflicto armado hacia los centros urbanos, con el desarrollo de organizaciones armadas en las ciudades capitales del país. Miles de jóvenes fueron seducidos por el poder de las armas y la muerte, en el caso de Medellín, patrullaban cada una de sus calles y callejones.

En este contexto, un grupo de jóvenes sin experiencia alguna en comunicación o periodismo, empezaron a darle forma al primer periódico del sector: La Luciérnaga, cuyo slogan era “una luz formativa en Picachito”. El nombre estuvo inspirado en un hecho natural, pero contradictorio: “Por la noche, como resultado de la ausencia de alumbrado público en las empedradas calles que conectaban los ranchos entre sí, aparecían cientos de luciérnagas, dándole una pincelada de color y magia al territorio en construcción”. El primer ejemplar salió en Agosto de 1990 y era una sola hoja, que dividida a la mitad alcanzó a convertirse en cuatro páginas. El objetivo del comité editorial desde la primera edición era dar noticias positivas, para enfrentar el ambiente de  zozobra que se respiraba en todo Medellín.

Cualquier medio de comunicación requiere de recursos humanos y económicos para su  funcionamiento, pero en el caso de los medios comunitarios, la ausencia de los segundos es una constante en la historia de su producción. No es gratuito que el segundo ejemplar de La Luciérnaga haya demorado un año y medio en publicarse, con recursos que el comité editorial empezó a conseguir, realizando campañas de reciclaje por todo el barrio.

Con esta  fórmula de  financiación, los habitantes de Picachito, principal radio de influencia en sus contenidos, vieron aparecer nueve ejemplares del periódico durante 1993. El número de páginas había pasado de cuatro a doce, el número de impresiones llego a 2.000, la comunidad esperaba ansiosamente cada edición y el comité editorial había logrado cualificarse. Tan fuerte era la influencia de La Luciérnaga que logró hacerse un lugar para la actividad comunitaria: la biblioteca Frank Vásquez, donde no solo se preparaba cada edición del periódico, sino que además se hacían actividades recreativas, formativas y culturales para niños y jóvenes.

Foto: archivo personal de Eduardo Tabares

Foto: archivo personal de Eduardo Tabares

Para 1994 La Luciérnaga amplió su radio de acción hacia a los demás barrios de la parte alta de la Comuna, gracias a un ejercicio de articulación con otros grupos juveniles y de comunicación como Fogata Juvenil, Caminantes y el Mirador. El slogan pasó a ser “la Luz formativa de toda la comunidad” y el tamaño tipo tabloide. Cabe anotar la importancia de este hecho para los procesos organizativos locales, ya que esta articulación fue la semilla para la creación de Juventud Unida Comunicaciones -JUC-, proceso de comunicación comunitaria, pionero en la ciudad, y gran escuela de líderes  comunitarios  y realizadores audiovisuales locales.

Durante cinco años fueron 20 las ediciones que los habitantes de Picachito y sus barrios aledaños vieron aparecer de La Luciérnaga. Con un mensaje jovial, ameno y crítico, se convirtió en la voz colectiva de una comunidad que resistía a la violencia que enmudecía toda la ciudad.

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Foto: archivo personal de Frank Pulgarín

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