Mi Comuna: derecho al delirio

01.04.2019 / Por: César Jaramillo

Mi Comuna: derecho al delirio
Cierre de la IV Fiesta de la utopía, Casa para el Encuentro Eduardo Galeano. Foto: Kevin Rodríguez

Mi Comuna es una organización que lleva diez años construyendo relatos con sentido ciudadano en la zona nororiental de Medellín; en esta crónica breve, una conversación, un testimonio múltiple, y una celebración de utopías.

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Marcela acaricia a Débora. Con sus dedos recorre la figura frágil y desperezada de la gata, mientras conversamos en los primeros hilos de la tarde. Hasta nosotros llega el olor dulce y tibio de la leña que arde bajo la olla del sancocho, e imagino el corrillo de personas observando las papas, las yucas, las presas de carne blanda y el agua saltando a borbotones; a esta hora del almuerzo empieza a golpear el filo de la jornada.

Es sábado 16 de marzo de 2019, último día de una semana de celebración llamada Fiesta de la utopía, que ya llegó a la cuarta versión y que se realiza cada año en la Casa para el Encuentro Eduardo Galeano. Los vecinos han estado toda la mañana dando vueltas por el espacio, llenando cada rincón con su revoloteo de voces y pasos.

Devolvámonos un poco en el tiempo. Vamos al año 2008. El lugar: la Comuna Dos-Santa Cruz, en la falda ascendente de la zona nororiental de Medellín. Los personajes: un puñado de líderes que se la jugaron por tener prensa comunitaria para sus barrios. Así nació el periódico Mi Comuna 2: papel con otras historias para narrarle a una ciudad que siempre ha mirado con desdén las particularidades de sus laderas más empinadas.

Pero los proyectos sólidos contemplan que crecer no es una opción sino un derecho: de sólo periódico pasaron a armar un esquema completo de proyectos que alimentaran los artículos, educaran, promovieran la lectura, y constituyeran un plan ambicioso de ciudadanía.

La que conversa hoy conmigo, diez años después, es Marcela Londoño Ríos, actual directora de la Corporación Mi Comuna. Una gata de manchas blancas y negras llamada Débora recorre con cautela la habitación. Sentados en una pila de prensa sin desempacar, Marcela me guía por los momentos clásicos de la historia: «Al poco tiempo de nacer el periódico, nace la Corporación Mi Comuna, es decir, surge como organización al frente del medio. Con los días el equipo se fue renovando con jóvenes que tocaban la puerta dispuestos a aprender y a hacer periodismo. Y eso, obviamente, tuvo una consecuencia muy interesante: aparecen las nuevas estrategias, promoción de lectura, nuevos formatos, nuevas ideas relacionadas con el arte y la comunicación».

A la Casa para el Encuentro Eduardo Galeano llegaron en el año 2015. Pocos meses después de que todo comenzara, por allá en el 2008, se sintieron estrechos en su rincón de trabajo, y ya no cabían ni la gente, ni los periódicos, ni los libros, ni los talleres. Aquel pequeño cuarto en la sede social del barrio Andalucía había cumplido su periodo de techo y albergue. Luego de moverse de trasteo en trasteo, la mirada se puso en un ancianato abandonado, propiedad de los padres de la parroquia San Martín de Porres, en el barrio Villa del Socorro, no muy lejos de Andalucía. Conversaciones, cuentas en la calculadora y cierta dosis necesaria de riesgo, llevaron al grupo de Mi Comuna a tomar el espacio en arriendo y comenzar las manos de pintura y arreglos que la casa pedía como un clamor a murmullo.

¿Y el nombre? Marcela viaja en el recuerdo: «La llamamos Eduardo Galeano porque es un referente de lectura de los miembros del equipo, pero también con la intención de fundar nuevas representaciones en los espacios de ciudad, diferentes a los mismos lugares comunes del conflicto armado. Mucha gente no sabe quién es Eduardo Galeano, llega, pregunta y ya nace la comunicación en la palabra y la utopía. De él, precisamente, tomamos ese concepto. Los ideales se renuevan: cuando estábamos en la sede social añorábamos un espacio más amplio y cómodo; luego, ya en esta casa, pensamos en cómo llenarla de contenidos y voces; y así se va renovando el propósito».

Sucede igual con los salones: cada uno recibe un nombre que conduce a la curiosidad por el camino de la averiguación, y las personas se dejan llevar, leen, preguntan. El salón de lectura se llama Palabras al viento, y fue bautizado luego de varios talleres para dar con la idea precisa. Los otros salones son Gabriel García Márquez, Fabricia Córdoba, Jaime Garzón, Débora Arango y Paulo Freire, todos ellos invitados a formar parte de esta arquitectura que abre sus puertas a la cercanía con las letras, el arte y la resistencia como refugios de la lucidez.

Marcela –los dedos cruzados en el regazo, la mirada inquieta que va hasta la ventana que enmarca el patio de árboles con tallos huesudos– habla de una década haciendo barrio entre las calles de la Comuna Dos de Medellín: «En estos diez años se ha logrado un proceso de identidad; para muchos todo barrio popular es igual, y todo barrio de clase media o alta es similar al otro; sólo existe una ciudad. Nos hemos hecho preguntas todo el tiempo: por qué estamos aquí, quiénes fundaron el barrio, y a la vez cómo eso nos ayuda a conocer nuestras potencialidades y carencias. En eso la Corporación y el periódico han generado aportes inmensos. Se han resignificado, por medio de las historias, a los personajes: el talento y la capacidad creativa del barrio, las apuestas fundamentales por otra forma de vida».

Esta es la cuarta versión de su celebración anual: la Fiesta de la utopía. La primera vez, en el 2016, se organizó sólo un día de festejo, pero crecer es una obligación: para la cuarta programaron una semana entera de talleres, recorridos, tertulias y hasta cierre con sancocho en leña.

El cierre es hoy, 16 de marzo: un sábado de vecinos que caminan con prisa por los pasillos; los niños se mueven entre el embeleco y el ajetreo. Es una casa grande, y la habitan los sentidos de la comunidad; cada semana, cuando terminen las fiestas, habrá igual ruido y algarabía saliendo por sus ventanas, desde la terraza o en los corredores que la cruzan. 

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Peña juvenil en la Casa para el Encuentro, septiembre de 2018. Foto: Kevin Rodríguez Sánchez.

Cuatro columnas sostienen Mi Comuna

El trabajo que realizan los más de treinta integrantes del equipo de Mi Comuna puede verse en cuatro pilares. Un resumen no justo del todo, pero por lo menos ilustrativo, los describiría así:

El primero es Comunicación comunitaria: aquí tenemos el periódico Mi Comuna 2 –que va en la edición 86–; la plataforma digital micomunados.com, donde albergan todos los contenidos de prensa; y una serie de micro-historias en video, que también reposan en la página. En este primer pilar va también el resultado fotográfico de recorridos por los barrios, y algunas producciones de radio.

El segundo es Leer, pensar y escribir: promoción de lectura y escritura, para que todo lo que sale de la pluma y la pantalla sea interpretado, e invite a la creación. Como mencionamos antes, en la Casa para el Encuentro adecuaron un pequeño salón para darse cita con los libros y armar talleres de relatos y memorias.

El tercero es Escuela popular de comunicación: son grupos de formación, teniendo presente que gran parte de la cuadrilla está conformada por jóvenes impulsados por la inquietud; en la Escuela se hace periodismo, se crea con arte, y se investiga; las voces, en este punto, se diversifican con los semilleros y los talleres. Además aquí se encuentra el programa Comuna-escuela: los integrantes del equipo de base se sientan a conversar e indagar. ¿Qué vamos a aprender hoy?, ¿qué vamos a leer?, ¿de qué nos vamos a enterar?; son conscientes de que tejer comunicación parte de estar preparados, tener la pregunta adecuada, contar con los datos y clarificar el panorama.

El cuarto es Espacios para el encuentro, como una posibilidad de contar con hogar para albergar manifestaciones artísticas y momentos de comunidad. Hay una anotación en la que Marcela hace especial énfasis: «lo que hemos pretendido siempre es que la Casa Eduardo Galeano no sea la sede de Mi Comuna, sino un espacio común de colectivos y procesos que nos apoyen en la gestión, y al tiempo aporten su talento y creación a la agenda cultura que tenemos cada semana».

Seguir el delirio, y seguir

Ante un gran mural que dice «Derecho al delirio», en las afueras de la Casa para el Encuentro, la gente se arremolina esperando la cucharada de almuerzo hirviente. Los platos reciben con generosidad el sancocho bendito, que en nuestra ciudad ha simbolizado cofradía entre vecinos y trabajo duro bajo el sol de la mañana.

«¿Qué es lo más importante que te han dejado estos años con Mi Comuna?», le pregunto a Marcela. Su respuesta es una razón pertinente: «Aprendí a leer y escribir este territorio en la voz de sus actores y los hitos que lo marcaron. Luego comprendí cómo se conformaba esa idea de barrio: comprenderlo y comprenderme en él, para posteriormente entender la ciudad; tuve la oportunidad de complementar mis estudios en periodismo, y en su momento llevé al salón de clase otras discusiones acerca de lo que todos creen saber sobre las comunas, y en ese escenario –en lo profesional–, crecí mucho. Asumí posturas, y a la vez me asumí como mujer, identificando los roles con relación a la construcción de argumentos. Y amor, mucho amor, contagiar esta pasión por cuestionarse».

A sólo unos metros, en el pasillo que cruza la casa, dos niños persiguen a Débora, la gata de manchas blancas y negras. Y aun sin alcanzarla, ríen con bulla delirante.

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El sancocho comunitario y la palabra, en el cierre de la cuarta Fiesta de la utopía. Foto: Kevin Rodríguez.

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