Por nuestros niños y niñas, círculos de confianza y diálogo

La atrocidad de los crímenes que se cometen contra nuestros niños y niñas deja sin palabras, arrebata el aliento, conmueve y destroza. Colombia tiene unos niveles de violencia contra los menores que cuestionan al sistema en todos sus eslabones: de 23.789 casos de abuso sexual reportados en el 2017, 20.663 correspondieron a menores de edad, según cifras presentadas por el periódico El Tiempo. Sólo entre enero y agosto de 2018 ya se tenía registro de 15.408 casos de igual categoría. Y como en relatos de la literatura más escabrosa, leemos en prensa los casos de niñas y niños que son violados y asesinados en las grandes ciudades, o en parajes inhóspitos de Colombia. Recientemente la Alcaldía de Medellín por medio del Despacho de la primera dama lanzó su campaña Escúchalos, que busca mayor responsabilidad ciudadana frente a la situación. La estrategia va de la mano con los proyectos que las organizaciones sociales han adelantado durante varios años es sus territorios, por medio de la palabra, la danza, la música y los círculos de confianza en la familia.

Ana Teresa Ocampo es licenciada en educación preescolar, y trabajó en el hogar de madres comunitarias del barrio El Triunfo, Comuna Seis de Medellín, durante quince años. Además fue directora de la Corporación Picacho con Futuro durante cuatro años. Algunos apuntes de nuestra conversación pueden dejar luces sobre cómo detectar el abuso y cómo intervenir. «Sobre tipos de abuso, en Medellín existen muchos casos de explotación sexual. En ese aspecto, tienen mucho que ver los grupos armados ilegales, que además usan también el abuso psicológico. Como lugares de riesgo se pueden identificar los parques, los establecimientos comerciales o incluso los lugares de rumba: a los menores les ofrecen dinero para que se dejen tocar sus partes íntimas, o incluso para tener relaciones; en el hogar, el maltrato es el tipo de abuso más frecuente. Sus mismos familiares los golpean y generan ambientes de violencia, o en otras circunstancias consumen drogas en su presencia».

En un artículo publicado por la revista Semana en noviembre de 2018, la docente Sara Triviño afirmó que «el maltrato y otros tipos de violencia son consecuencia de la propia crianza que recibieron los padres. Ellos crecieron en ambientes familiares violentos en donde la única forma de corregir era a los golpes. El esquema se repite de generación en generación». Similar idea tiene Ana Teresa cuando le pregunto por las razones, esa fuente singular que convierte el ciclo en una relación repetitiva: «Cuando un niño es abusado generalmente es inseguro, tiene baja autoestima, es agresivo, o repite la cadena y se convierte en un abusador que difícilmente alcanza la felicidad, ya que su vida se basa en el amargo recuerdo de su niñez».

Pero el problema sale del hogar e impacta la cuadra: una comunidad fracturada desde su base, es decir, la familia, difícilmente podrá generar escenarios conscientes y coherentes para pensarse a futuro. «El daño que provoca el abuso es categórico, progresivo y ascendente. El abuso afecta a la comunidad en la medida que afecta directamente la personalidad de los niños y niñas, y la cadena es difícil de romper. El problema con el tiempo se agudiza, y el sujeto refleja ese daño en su barrio, en el colectivo», dice Ana Teresa. ¿Cuál es el compromiso? Dos vías: identificar, conocer y difundir las formas de acción e intervención; y la unión de vecinos para compartir la responsabilidad y sentir cada hogar como base de comunidad. Deben continuar los diálogos, los encuentros y el intercambio de experiencias. La prevención es, básicamente, un tema de preparación y atención en el cotidiano ejercicio de nuestros vínculos humanos.

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Este artículo se realiza en el marco de la estrategia de comunicación para la movilización de la Secretaría de Comunicaciones de la Alcaldía de Medellín, en alianza con la Corporación para el Desarrollo Picacho con Futuro. Contenidos con énfasis pedagógico, para construir ciudadanía desde el pensamiento y el aprendizaje.