Hay ciertas formas de la violencia que respiran con sigilo, duermen bajo la cama en las noches de murmullos, se asoman con cautela por la puerta entreabierta de la habitación, insinúan y pasan sus manos acallando a la víctima con los embates persistentes de la maldad.

La frecuencia con que se abusa de los menores bajo el techo del hogar, entre las paredes de los colegios o en sus espacios de intimidad es sumamente grande. Pero aquí debemos tratar la ruta de atención, es decir, qué hacemos cuando existe el mal del abuso y nos vemos ante la obligación de actuar con premura.

La atrocidad de los crímenes que se cometen contra nuestros niños y niñas deja sin palabras, arrebata el aliento, conmueve y destroza. Colombia tiene unos niveles de violencia contra los menores que cuestionan al sistema en todos sus eslabones.